Espontaneidad*
¿Quieres?
Al parecer, a veces todo se resume a esta pregunta. ¿O no? Cuando subió, caminó
a paso lento, como si estudiara cada movimiento, y se sentó dos lugares antes
de llegar al fondo, donde yo me encontraba. Entre ambos había un asiento para
dos personas. Luego ella se puso de pie y, con los grandes y oscuros ojos,
fijos en los míos, se sentó en el lugar que antes servía de límite entre
nosotros. Yo viajaba pensando en ti, siempre en ti. Lo digo en serio. No te
burles. Estoy tratando de contarte lo que me ocurrió de mañana. Mi mirada
estaba anclada en la nada cuando ella se volvió a mí y, con unas galletitas de
salvado en la mano derecha blanca, pequeña, preguntó: ¿Quieres? Imagina qué le respondí. Sí... gracias. ¡Qué fácil lo
puede hacer una mujer! Cuando yo te pregunté si querías estar conmigo, todo se
complicó. En cambio, si tú lo hubieras hecho... Entre palabras, risas, miradas
y galletitas, la invité al departamento. Era una colegiala. Ésas aceptan antes
de que se las invite. Cuando entramos, se dedicó a pasarle la vista a lo que se
encontraba allí: libros, fotografías, discos, cuadros, afiches de filmes...,
sin darle importancia a nada. Preguntó qué haríamos. Nada que no quieras,
contesté. No sabía qué ofrecerle. Hacía tanto tiempo que no estaba con mujeres
menores de edad. ¿Menores de edad? Sí, menores de edad que yo. Debo aceptarlo:
estoy maduro, ¿o mablando? No lo sé. Me parece que estoy más blando, pues me
siento más tierno, suave y… aunque sea innecesario decírtelo, ando cediendo con
más facilidad al tacto. Tomé dos cervezas de la heladera e invité una a la
chica. La aceptó. Ya lo dije: aceptan antes de que... Puse el Urban Hymns
en la disquera del equipo de sonido. Las canciones de ese álbum podrían ser la
banda sonora de mi vida. Bitter Sweet Symphony se hacía oír con
suavidad. Ella la escuchó y murmuró que The
Verve le encantaba. La miré y seguí bebiendo la cerveza a sorbos. El track uno terminó y las primeras notas
de Sonnet ambientaron la sala. Me acerqué a ella, ansiosa en una esquina
del sofá, y deslicé mis ojos por su cuerpo. Es bastante linda, pensé. Sonreía
tontamente, como toda adolescente. Levanté el brazo derecho y mi mano se
dirigió hacia su rostro bonito, tierno, quizá aún inocente, para acariciarlo y
ella lo acercó y... ¿Qué? ¿Sucedió algo más? No… nada. Rechacé las galletitas.
¿Te das cuenta de que soy espontáneo? Puedo contar natural y fácilmente una
historia inventada. Tú no podrías hacer esto. Eres inespontánea. ¿Inespontánea?
No suena mal. Es más, me gusta la palabra. No me mires así, por favor. Sólo es
una broma. Mejor escuchamos un disco, ¿sí? Tengo ganas del Urban Hymns.
Primero Lucky Man… soy muy afortunado por estar contigo ahora. Esperé
demasiado tiempo tu respuesta. Tengo que... debo contarte algo: no eres el
único afortunado. Ayer, cuando salí del trabajo, fui a la vinatería de tu
amigo. No te enojes. Estaba estresadísima. Sólo quería beber un poquito de sauvignon
blanc y largarme, porque estaba realmente muerta. Entré y me senté. Al
rato, tu amigo se acercó a mi mesa con una botella y dos copas, ofreciéndome
una, ya cargada. ¿Quieres?, me dijo.
Simpático, ¿no? Tienes razón: a veces todo se resume a esa pregunta. Me miraba
como nadie lo había hecho antes. Él no sabe que nosotros empezamos una
relación, ¿verdad? Sentí que me temblaban los ojos y traté de decirle que no
quería. No sé por qué no le dije nada. Me fijé en el vino y…, no lo creerás,
¡era un pinot noir! Te dije que no lo creerías. ¡Un pinot noir! Y
tú, mejor que los demás, sabes cuánto me gusta ese vino. Es de-li-cio-so. Mi
paladar se negó a rechazarlo. Mientras conversábamos tomábamos y el estrés que
me estaba matando desapareció por completo. Ya me sentía un poco ebria al
acabar la botella. Él lo notó y me invitó a su casa, a pocas cuadras. Fuimos
caminando. Al llegar quiso besarme... Y sabes que cuando estoy ebria me dejo
llevar; en nada pienso, sólo me dejo llevar. No pude resistirme. No quería
resistirme. Entramos abrazados y besándonos como si fuéramos los amantes más
ardientes del mundo. Él trataba de desvestirme y lo hacía muy bien... Yo no lo
detuve. Espera un momento. Suficiente. ¿Estás contándome así, como si nada, que
ayer estuviste con mi amigo? No... en realidad, nada de eso pasó. Ayer, cuando
salí del trabajo, fui directo a casa. ¿Te sigo pareciendo inespontánea?
* Primer cuento del
libro Espontaneidad
(Editorial Y, Fondec, 2014).
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