INDECISIÓN
Gustavo Pino
Apura, apura,
me repite ella una y otra vez, antes de saltar hacia el otro extremo con
facilidad. Su agilidad no deja de sorprenderme. Y solo tengo ganas de decirle
que saltar todo eso está imposible. ¿Acaso no se da cuenta que el agujero de
cemento es enorme? La caída sería mi final, las olas en el muelle herrumbroso
me despedazarían contra los escombros de un desembarcadero en tiempos de gloria
pasada. Solo salta, no seas cobarde, me dice. Avanzo por el borde más ancho, el
más seguro a simple vista, y me maldigo por no haberla detenido en su locura,
me repito. El vértigo es incontrolable, recorre la boca de mi estómago sin
piedad aparente, y me imagino tumbado por el ventarrón que sorprende de rato en
rato. ¡Cuidado!, increpa la morenita. Las olas revientan en el fondo del
agujero y el agua salpica hasta mi rostro. Me acuclillo y me sostengo de
fierros saltones de una estructura tembleque como mis piernas indecisas a
hacerle caso a la voz chillona. ¡Salta ya, hazlo ahora!, grita histérica. El
brinco es desproporcionado y caigo sobre ella aplastándola contra el suelo. Ríe
a mandíbula batiente, y no me es difícil secundarla. ¿Ya ves que no era tan
difícil?, observa. Sí, claro, pienso. Asiento con la cabeza pasando mis manos
por la ropa empolvada, ella me imita. Luego, me toma de la mano y me arrastra
hacia el fin de nuestro camino inclinado, chueco como un cojo de batalla
perruna. No vayan al muelle viejo, nos advirtió la abuela de ella, en cualquier
momento se derrumba. Pero aún así, ahí estamos, en el añoso atracadero de la
ciudad sureña. ¡Vamos camina, date prisa!, me dice ella, que ha insistido desde
varios días en mostrarme su lugar favorito. ¿Qué cosa es? ¿Dónde queda? Ya
déjate de misterios, traté de averiguar sin resultado alguno, sorbiendo de
alguna paleta aguada luego de las clases al mediodía. Ya falta poco, camina más
rápido, y me jalonea como a su marioneta. No te vayas a tropezar, mira nomás
las piedras en las que te caerías, me advierte. El camino improvisado es más
estrecho que el anterior. Ya está, este es el lugar que te comenté, ¿qué te
parece? La miro sin ganas de decir nada: sus cabellos revolotean con la brisa
que sopla con mayor intensidad, y pienso que es el momento indicado de decirle
todo, como si hubiera alguno. Pero nuevamente el temor me gana y solo estoy ahí
en el borde de un muro torcido, con el atardecer anaranjado, y dejo que la
ventisca se lleve las palabras elaboradas frente a un espejo, un primer beso
frustrado por la salinidad del ambiente, las palabras se corroen como la
vetusta estructura y ya no queda nada, solo viento ululando como aullidos
solitarios.
Gustavo Pino, Estudió Comunicación
Social en la Universidad Católica de Santa María (UCSM), donde se especializó
en periodismo. Tiene el grado magíster en Educación Superior otorgado por UCSM.
Es miembro de la organización cultural “Los malos muchachos”. En el 2012
publicó su primer cuento “El maestro de Arequipa”. En el 2013 ganó los Juegos
Florales de la UCSM, el mismo año publicó el cuento “Música en el callejón”.
Fue redactor en Diario Noticias y Diario Correo, Arequipa, publicando una serie
de crónicas y reportajes. Además, colaboró con la revista Diverse del Comercio
Publicitario. Fue fundador y administrador de la página web Crónicas
Clandestinas. En marzo del año en curso publicó su primer libro de cuentos “La
ciudad dormida” (Aletheya). Actualmente obtuvo el segundo lugar en el concurso
Breves Historias de Amor, organizado por la Municipalidad
de Arequipa, y colabora con crónicas y reportajes en algunos diarios locales.
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